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Pelota y Pie, futbol, “dinámica de lo impensado” como dijo Dante Panzeri, es cultura y es pasión, otorga una interesante percepción social del juego, de su entorno, del impacto que tiene sobre los individuos, sobre los mercados, sobre los medios, e incluso sobre la política.
Lo notable de la evolución es que empiezan a aparecer escritores con otras habilidades. Veamos el escenario: concentración de los grandes sellos, libros digitales en franco crecimiento, Amazon penetrando en dispositivos globales, piratería, redes sociales, pequeñas librerías en crisis, pocos autores saltando al estrellato. Sin ingenio y algo de temple, estarás perdido.
En los tiempos que corren, los escritores estamos signados por las dificultades propias del mercado. Resulta imprescindible separar la industria editorial del escritor, que en la cadena de valor es apenas un proveedor de materia prima. Claro que su participación en la torta es inversamente proporcional a lo que recibe.
Virginia Woolf no fue una escritora convencional. A comienzos del siglo XX se codeaba con cierta elite intelectual inglesa que conformaba, un poco en secreto y otro poco porque valía la pena mantenerlo en el misterio, El Círculo Bloomsbury, que incluía a John Maynard Keynes y a E. M. Forster entre otros. Ese sería el caldo en el que se cocería el paradigma de la autoedición.
Gleizer no terminó la primaria, carecía de una formación, aunque fuera informal, que tuviese un acercamiento académico a las letras. Simplemente amaba los libros.
Hablamos de Borges, regalando su primera obra. Esos ejemplares hoy son tesoros de coleccionistas. Quienes los poseen o los comercializan, los tratan como incunables. La falta de un editor puso en crisis la distribución del libro, y la publicidad del mismo a la hora de la venta; el autor debía ocuparse de estos asuntos, lo que no parece ser un tema menor, aunque en aquellos tiempos eran moneda corriente.