GLEIZER EL EDITOR (un mercado editorial más humano)

Cuando hablamos de Gleizer el editor hablamos de tiempo en que los libreros fungían como eventuales editores de autores que habían vendido bien en sus locales comerciales. También existían imprentas que publicaban ediciones de autor, práctica habitual en el primer cuarto del siglo XX. Era un tiempo romántico en el que la actitud de mecenazgo brillaba y los autores ponían su talento y muchas veces su dinero, al servicio de la literatura argentina.

Como dijo alguna vez Richard Bach, el autor de Juan Salvador Gaviota: «Un escritor profesional es aquel amateur que nunca se dio por vencido».

Borges fue uno de esos autores, como conté en la nota anterior, que pagó por la impresión de su primer poemario Fervor de Buenos Aires. Cierto es que en 1930 publicó su ensayo Evaristo Carriego: gracias al editor Manuel Gleizer.

Extraña paradoja de Borges, llegar tan lejos por un camino tan pedestre.

«Un escritor profesional es aquel amateur que nunca se dio por vencido».

Richard Bach

Editor que hace la diferencia

Gleizer no terminó la primaria, carecía de una formación, aunque fuera informal, que tuviese un acercamiento académico a las letras. Simplemente amaba los libros

Tenía 33 años cuando publicó un ensayo de Joaquín de Vedia: “Cómo los vi yo”, luego siguió con poesía, narrativa, teatro, ensayos; oficio que le duró hasta 1962. No lo impulsaba la rentabilidad del negocio, sus amigos lo definían como un hombre de “clase media” que vivía apenas con lo justo. Pero se defendió con mucha astucia, según dicen porque se sentía artífice de un cambio cultural que estaba ocurriendo.

Librería La Cultura de Manuel Gleizer

Gleizer no terminó la primaria, carecía de una formación, aunque fuera informal, que tuviese un acercamiento académico a las letras. Simplemente amaba los libros como objetos producidos por hombres admirables y admirados por él. Publicó el primer poemario en 1926 “Molino rojo”, de Jacobo Fijman. De manera fortuita dio con un manuscrito filosófico de Macedonio Fernández, “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”, y lo editó en 1928.

En 1931 para ayudar a Scalabrini Ortiz que pasaba por un aprieto económico, se convirtió en el primer editor de: “El hombre que está solo y espera”, a la postre un clásico de la narrativa histórica argentina. 

Bastante bien, para un hombre que no leía los originales, pero ejercía su intuición escuchando a los propios autores en las peñas, organizando concursos literarios, o escuchando a los que sabían como Alberto Gerchunoff.

Una línea editorial flexible

Parece ser que Manuel Gleizer como editor era capaz de tomar decisiones editoriales eclécticas, sin prejuicios y sin atarse a modas o ideologías. Jóvenes o maduros, ácratas o demócratas, patrones u obreros. Tuvo la audacia de editar sin leer a Borges, a Marechal, a Mallea o a Alfredo Palacios.

Era un tiempo en que los grupos de Boedo y Florida estaban inmersos en una fuerte discusión filosófico literaria y Gleizer les editaba a los escritores de ambos grupos; tiempo en que se maceraba una nueva cultura materializado por un visionario autodidacta, otrora vendedor ambulante, que antes vendió billetes de lotería, pero que llegó a tener su Librería La Cultura en Corrientes y Scalabrini Ortiz.

Manuel Gleizer tuvo un rol específico en las letras argentinas, fue algo así como un mentor o impulsor. Su último libro publicado fue “Megatón” de Bernardo Verbitzky en 1962. Murió el 3 de marzo de 1966.

Parafraseando a Bach, hizo más fácil que los escritores no se dieran por vencidos. 


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