Vestigios 01

Capítulo dos Santa María de los Buenos Aires, 1803.

Abarca la historia de Dexatus, un altillo oscuro en la periferia de Buenos Aires, el mirador ensombrecido por el telescopio, un viejo escritorio forrado en cuero que guardó siempre entre sus intersticios el intrincado enigma de su viaje a América, escritorio cuya talladura repujada erigiera una pluma de ganso incrustada por el cálamo al recipiente de la tinta. A un costado, como un trofeo de venganza, cierta calavera barnizada que el rumor inquieto de la vecindad atribuyó a cierto sacerdote español, más allá la biblioteca paupérrima, con arcanos volúmenes polvorientos y una silla orientada

a sotavento, que gime de dolor en la soledad cuando el viento la mece frente a la pared desierta.

Vestigios 02

Aquella infausta noche llegué con retraso y los encontré asociados para la carcajada. Habíamos quedado en encontrarnos en lo de Carlitos así que le pateé la puerta. Su padre me abrió con aristocrática mezquindad, me miró como a un vago y mientras balbuceaba algunos paradigmas de la sintaxis del bienvenido, me colocó como un juguete a cuerda escaleras arriba donde después de conocer todas las riquezas y el poder que desde allí se vislumbran, podría hallar a mi amigo intentando leer mientras el resto de los holgazanes le fumaban los cigarrillos importados y le tomaban el whisky. —Muchachos —les dije, a sabiendas de que sacudiría la costumbre y el aburrimiento.

Necesito ayuda. Tengo que asaltar la biblioteca de los curas en San Telmo. Manolo trajo el rumor de que tienen escondidos unos incunables que son el principal motivo de mi existencia.

Vestigios 03

Capítulo 8 Página 150

Luego de corregir en el telescopio el espejo hiperbólico hasta prolongar al máximo la distancia focal del espejo principal, el agujerito se inflama de una luz blanca y poderosa, en la que lees tu destino: “Llegó el momento viejo hechicero, tus estudios topográficos tienen la certeza de que el templo subterráneo no puede estar lejos de la tienda de don Alejo Brown”. Y la esperanza llegó una tarde, con la sonrisa prepotente de Agustín, para hurtarle a su maestro el rictus taciturno que las desdichas y el infortunio le imprimieron.

Vestigios 04

Segunda Parte – Página 283

Buenos Aires 1987

Hay un extraño silencio, una rara quietud. Una lejana voz de locutor radial que escapa por alguna ventana. Faltan cuatro minutos para la medianoche, es hora de música. Los insomnes, los enfermos, los presos, los liberados, los que están solos, los que no están solos, tienen otra oportunidad para ser felices. Joan Manuel Serrat: El carrousel del furo. Una leve brisa trajo cierto aroma a rio y los despeinó. El 908 de Defensa los aguarda, Del colectivo abandonado en la vereda, solo queda el esqueleto. Canta Serrat: Cuando la llama de la fe sea apaga, y los doctores no hayan la

causa de su mal, señoras y señores. Ella Toma la esfera de la puerta, una persiana se agita y golpea sus hojas, los papeles de la vereda levantan vuelo.

Siempre estuvo la muerte 01

Mortem.

Villa Lía, en los suburbios de San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires, Domingo 12 de Agosto de 1956, 23:20.

“Ya me venía muriendo”, pensó mientras corría desesperado por el predio que da a los fondos de la estación de trenes. En tanta inmensidad, no poder distinguir un árbol de un nubarrón tiene la sordidez de la ceguera; de tanto en tanto, un refucilo le muestra el terreno áspero, mientras el aire de tormenta se articula con el aroma del aceite quemado de las locomotoras rendidas al costado de las vías. Entonces, a la carrera, aquello que resultara un pasaje fugaz a través de la tiniebla, no es otra cosa que el pasillo final de la muerte,

hacia donde se dirige, hacia donde todos nos dirigimos, salvo que por razones en realidad distintas de las que aquí se intentarán contar.

Siempre estuvo la muerte 02

Capitulo 5 Pagina 76
El Frio marco del olvido
Viernes 17 de setiembre de 1954, 07:30

Lo encontró de espaldas, parado junto a un mueble sobre el cual había un tocadiscos moderno a cuyo plato giraba un disco de Hugo del Carril y un retrato artístico de Evita en su esplendor, posando como para enamorar a la audiencia de una película infinita.
Cuando no estás muere mi esperanza
si tú te vas se va mi ilusión.
Oye mi lamento, que confío al viento,
todo es dolor cuando tú no estás…Vestía un pantalón gris, un suéter azul y una camisa blanca. Estaba en pantuflas.

El General, al terminar la estrofa, se dio vuelta, parecía emocionado. El disco siguió entonando los acordes melódicos pergeñados por Gardel y las frases magistrales de Le Pera. Luego se repetiría la última estrofa.

Siempre estuvo la muerte 03

Capitulo 4 – Pagina 141
El contador, El cura, el médico y la bruja

Villa Lía, viernes 16 de setiembre de 1955, 09:00.

Desde este pequeño lugar en el mundo, llamado Villa Lía, a pocos kilómetros de San Antonio de Areco, todo parecía incomprensible, enfrentamientos entre fuerzas del Ejército y la Aviación Naval, combates sangrientos, bombardeos a depósitos de combustible. La gente humilde del pueblo, con la oreja pegada a la radio a galena, por poseer una o porque un vecino que no tenía pidió permiso para venir a escuchar; ante esta incertidumbre, optó por no mandar a los chicos a la escuela y a refugiarse en su hogar. De Perón, solo se conjeturaba, pero no había certezas.

Oveja” Jaramillo estacionó su Ford T en la puerta de la comisaría. El editor semblanteó a Miranda y al Chino y supo de inmediato que estaban al tanto de lo que pasaba en todos lados.

Siempre estuvo la muerte 04

Capitulo 7 – Pagina 188
Al descubierto

Martes 14 de agosto de 1956, 13:00.

El guiso sobre su escritorio humea intacto, rodeado de una servilleta y un juego de cubiertos de metal opacos. Tiene un vaso de vino lleno casi hasta el borde. Tampoco lo ha tocado. Permanece con una mano apoyada sobre el libro de Conan Doyle que descansa junto al plato de comida, sus dedos tamborilean con mecánica precisión sobre la tapa de cartón duro.
Avestruz, irónico, dirigiéndose al Chino pero aludiendo en voz alta al Comisario exclama:
—Parece que perdimos la huella.

El comisario acusando recibo de la ironía, exclama tajante:
—Tengo clarita la huella. Pero no sé adónde me lleva. Lo envenenaron y parece suicidio. —Mira el reloj colgado en la pared. Apenas pasada la una—: Chino, ¿a qué hora citaste a Celaya?

EL ápice del tiempo 01

Capítulo Primero:

Muestra
1
Buenos Aires comienzos de 1973

La abuela Tona, de cuya existencia daré más adelante algunos detalles inquietantes, decía: “todos somos viajeros en el tiempo, aunque, por el momento, vamos de segundo en segundo y hacia delante…”
Y esta frase que podría morirse olvidada en un señalador promocional de librería, con epígrafe de autor anónimo, sin que a Einstein se le dibuje una sonrisa siquiera, fue el sentido de vida de una mujer que sobrevivió, según sugiere o deja que pensemos, ciento veinte años, y la luz que me guio al estudio de la filosofía.

El ápice del tiempo 02

Capítulo Segundo:

Cilindro
Sección 4
Buenos Aires, comienzos de 1973

Por su lado el hombre desconocido acababa de caminar seis calles de tierra por el costado del Riachuelo, contemplado por decenas de ojos curiosos cargados de suspicacia y aprehensión, aunque vistiera como ellos, ropas sencillas de trabajador, alpargatas negras y un rociado general de puntitos de cemento, cal y pintura acumulados por sucesivas obras en construcción. El único dato distintivo es que llevaba una hoja doblada en ocho que sobresalía con exageración por el bolsillo superior de su camisa de trabajo. Estaba traspirado, pero

no olía mal y en cierto modo se sentía diferente a los villeros; a él en la planilla de empleo, lo describían como trigueño.
Se paró en el vano y observó el interior de la capilla. No se persignó.

El ápice del tiempo 03

Capítulo Tercero:

Relojero
Seccion 2
Buenos Aires, marzo de 1973
Nos movimos como visitantes en un museo, en bloque, dirigidos por un guía especializado. Félix manipulaba los hilos con calculado dramatismo y a su antojo. Se observa una mujer de apariencia joven, al lado de una anciana. Cuando estuvimos bien cerca de la obra, sentí un nudo en el estómago. Con posterioridad, Fernando me contó que sintió lo mismo y la abuela estaba tan conmocionada, que se abstuvo de opinar al respecto. La dama joven del retrato es Manuelita Rosas, envuelta en un vestido largo, aterciopelado, color rojo. A su lado, la anciana, tiene un rostro familiar, diría inconfundible, se

trata de la abuela Tona, quizá algo mayor que en la actualidad, pero el parecido es estremecedor.

El ápice del tiempo 04

Capítulo Séptimo:

Ausencia
Seccion 2
Domingo 17 de junio de 1973
Fue Søren Kierkegaard el que dijo: “La angustia es el vértigo de la libertad”. Esto sonaría vacío de contenido si el miedo por la vida de Fernando no me trepanara la cabeza. Hasta ahora el anhelo de la perfección no me quitaba el sueño, tan solo porque he comprendido que el mundo es imperfecto y la lluvia que moja a los malos no es igual a la que moja a los buenos y no hay nada qué hacer. Pero en el extremo, que alguien de la calidad espiritual de mi primo se encuentre en peligro de muerte por una confusión de fuerzas antagónicas, y que todo ocurra por mi causa, me llena de culpa. Resulta hasta

surrealista; si no fuera tan trágico, daría risa. La liberación de la culpa ha sido siempre el principal dilema para la comprensión de la realidad en el pensamiento filosófico y también en el religioso.

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