Si hay algo difícil de confesar es el dolor de muñeca. Rápidamente comienzan a ocurrírseme situaciones que puedan fomentar este tipo de dolencias y algunas carecen de honor y dignidad.
Solo te puede doler la muñeca si sos operador de taladros hidráulicos, tenista profesional u onanista. La gente que me conoce sabe al menos dos cosas que no soy, de manera que la tercera quedará en el terreno de la especulación. Ergo, es un dolor inconfesable, que me lleva a la cartilla de la prestadora, buscando quién demonios es el médico de muñecas. Me imagino por un instante al médico de Barbie, el doctor Ken, que me muestra un anoscopio al grito de: “yo te voy a hacer olvidar el dolor de muñeca”. Prefiero esto a que me identifiquen con la cofradía de los adoradores de Onán. Definitivamente necesito un reumatólogo.
La muñeca y el universo
El doctor era Norbento Garbanz, apellido de leguminosa de la familia de las fabáceas, muy extendida en la India y en el ámbito mediterráneo. Como médico, me tiene servido al plato, metido de prepo en una ensalada bárbara, o a punto de cocinarme en un guiso en el que me van a cocer hasta los garrones.
Atendiendo esta contingencia, convino en darme una cita a las 10 de la mañana en sobreturno, de manera excepcional y contra todo procedimiento, lo cual será arrojado a mi rostro por su secretaria, que me hace padecer largos minutos con la autorización de mi obra social y me devuelve un gentil: RECHAZADO sin ocultar una inconfesable satisfacción.
Entonces pago y pido factura, pero casualmente se le terminaron, así que tendré que volver la semana próxima a buscarla, si es que pretendo recuperar lo invertido. Al final voy a tener que hacerme atender por inflamación testicular…
El tipo me miró desde su estatura de Pedro Cahn del aparato osteoarticular, Guillermo Capuya de la artritis reumatoide, o Gabriela Piovano del berrinche al paciente desinformado. Luego de escuchar las circunstancias en las que mi muñeca comenzó a dolerme, me asestó su diagnóstico lapidario. Sin sacarse los guantes de látex y apuntándome con un bajalenguas de madera, que estuve tentado a pedirle para usarlo de palito para un helado de Naranjú, me dijo: ¡usted tiene el síndrome de la tarjeta Sube, la enfermedad Della Carbonara, la llamada tendinitis K.
Me costó recordar el episodio en el que Claudio Della Carbonara, el delegado de la Agtsyp (subterráneos y premetro), le reclamaba a Cristina Kirchner por la muñeca de los conductores de estos bólidos.
Intento incomprensible
Por un instante comienza la catarata de términos incomprensibles para todo cristiano que se precie: Tendinitis del manguito de los rotadores. Epicondilitis y Epitrocleítis, Tendinitis de D’Quervain, Dedo en resorte, Tendinitis del extensor largo del pulgar; todas enfermedades profesionales, del aparato locomotor y del tejido conectivo. Tiene que hacer un tratamiento de rehabilitación desde la semana próxima —dijo—. Cómo es la cabeza, ¿no? Él me hablaba de masajes y kinesiología mientras yo pensaba en el rubro 59.
Muñequeando la situación, reflexioné en voz alta esperando que el matasanos me escuchara: cuando tenemos un dolor profundo y persistente, por lo general, toma un lugar de privilegio en nuestra vida cotidiana doctor. Se transforma en lo más importante, es provisoriamente el centro del universo. La gente te habla y no querés escuchar, te pagan lo que te deben y te resulta indiferente, lo único que necesitás es un calmante.
El profesional me contempló como desorientado y contestó: creo que es más grave de lo que esperaba. ¿Así que para usted, hoy la muñeca es el centro del universo?
De pronto me pidió que me recostara en la camilla con el culo para arriba. Imagínese cuando me ordenó que expusiera mis cachas. Ahí estaba yo, inerme, expuesto a perder definitivamente aquello que conservé durante años con dignidad. Empecé a transpirar. ¿Hay un tendón de la muñeca que se conecta con el upite?
De pronto lo sentí atravesándome. Me dio con todo. Esta intramuscular —explicó—, contiene un aceite de cachalote nonato. El 30% de las tendinitis K aquejan a músicos de instrumentos dinámicos como la maraca y el ukulele. Otro 30% se relaciona con trabajadores de los gremios de transporte público de pasajeros, y el 40% restante a sibaritas del ocio. Es la dolencia de los rascadores de higo de la Ciudad de Buenos Aires. Les ocurre a políticos y empresarios que podemos identificar fácilmente en su bote, reposera o tabla de surf en horarios y días laborables.
Diagnóstico
¿Y a mí qué estadística me toca doctor? —le pregunté mientras me subía el pantalón y me erguía en la camilla, todavía sacudido por el artero pinchazo. Se quedó pensativo, desconfiando de mis tejidos blandos. Como si en lugar de un dolor en la muñeca fuera un grano en el “tujes” o un entorsis en la mochila genital.
La respuesta la tiene usted, mi amigo —afirmó—, las estadísticas no mienten. Se lo digo como consultor adjunto de la rama Salud del INDEC. Uno de cada diez pacientes cree que lo que a él le duele, lo convierte en el ser más infortunado del planeta; dos de cada diez, creen que se van a mejorar sin tratamiento y siete de cada diez, usan jabón Lux.
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