El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura. Un renombrado escritor llegó a comentar: “¡Qué va a hacer una novela un físico!”. ¿Y cómo defenderme cuando mis mejores antecedentes estaban en el futuro?
Ernesto Sábato, Antes del Fin, Seix Barral 1998
El túnel y el destino del escritor
En esta serie de notas sobre escritores que no se rindieron, le toca el turno a Ernesto Sábato. Un intelectual que se bajó de su éxito académico y luchó contra inesperados detractores que le reclamaban que un científico no podía abandonar la ciencia cuando decidió, poniendo su propio cuerpo y su propia seguridad económica en peligro, entregarse a su vocación por las artes.
Atravesó una crisis de índole profesional, fruto de las contradicciones entre el mundo «claro y luminoso de las matemáticas«, tal como él argumentaba, y el atormentador universo de la literatura.
Sus ensayos: Hombres y engranajes (1951) y Heterodoxia (1953), reflexionan sobre el futuro de la ciencia desde una mirada humanista, pero con un sentido crítico de extrema acidez.
Pero lo cierto es que abandona la física y se entrega de lleno a la escritura de El Túnel, y también alterna con la pintura, en ambos casos, un arte provisto de oscuridad, soledad y cierta obsesión por la ceguera.
Como suele suceder, no rendirse es parte del rol de todo artista. Sus novelas rebotaron inexorablemente por las editoriales más importantes de Argentina.
Obstáculos
El propio Sábato escribió en Antes del Fin, su testamento espiritual como a él le gustaba decir, el párrafo que reproduzco a continuación:
Programa Los 7 Locos – Reportaje a Ernesto Sábato 1995 Televisión Pública
“El túnel fue rechazado por todas las editoriales del país; hasta por Victoria Ocampo, que se excusó diciéndome: “Estamos medio fundidos, no tenemos
un cobre partido por la mitad”. Qué auténtica me pareció entonces esa frase
de Oscar Wilde: “Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos”.
Aún recuerdo la tarde en que se abrió la puerta del Querandí —el mismo café que luego frecuentaría en mis encuentros con Gombrowicz1 —, y vi aparecer a Matilde llorando, encorvada, trayendo entre las manos los originales de mi novela, que yo no me había atrevido a retirar, tanta era mi vergüenza.
Ernesto Sábato llegó a la primera edición con el financiamiento de un amigo, Alfredo Weiss, que solventó la publicación en Editorial Sur en 1948. Bastaba ese detalle de confianza para que su vida tomara el sendero deseado. El Túnel se agotó inmediatamente. Pocos meses después se editó en Francia, por iniciativa de Albert Camus2.
También tuvo que lidiar con la censura franquista en España, donde la tildaron de novela pornográfica, lo que indica que pareciera que el camino de un escritor es salir todo el tiempo en defensa de sus textos, llevar los riesgos hasta el límite y estar dispuesto a sufrir para que el lector pueda tenerla en sus manos
Uno no puede evitar preguntarse cuántos libros valiosos habrán muerto en el cajón del escritorio, porque su autor no llevó su convencimiento hasta las últimas consecuencias.
De no ser por el propio Sábato, y por el aliento de algunos amigos que no lo dejaron flaquear, nos habríamos perdido de su obra y de su personalidad, tan representativa en los ochenta con el Nunca Más.
[1] Witold Gombrowicz fue un novelista y dramaturgo polaco, nominado en vida al Premio Nobel de Literatura en cuatro ocasiones consecutivas. Vivió durante 24 años en Argentina, a la que consideraba como su segunda patria. La obra mereció los elogios de Ernesto Sabato, quien prologó la reedición argentina del libro para Editorial Sudamericana en 1964.
[2] Albert Camus 7 de noviembre de 1913-Villeblevin, 4 de enero de 1960) fue un novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia.
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