El optimismo y la literatura

A propósito de “el optimismo”, se me vino a la memoria el “viejo Voltaire”, algo así como un mártir de la literatura cuyos textos, para todos los gustos, lo llevaron a la Bastilla, al destierro y finalmente a una fosa común. Él escribe Cándido o el optimismo, satirizando una famosa consigna de Leibniz: “Este es el mejor de los mundos posibles”. Lo cierto es que el optimismo escasea en los libros y resulta una buena excusa para hablar de Juan José Saer.

La reflexión inevitable nos invita a pensar que el pesimismo, parece elevarse a la estatura de musa no solo en la literatura, sino que en el arte en general.   

«No existe el optimismo en la buena literatura. Los libros que nos ofrecen la salvación son los más triviales. La moral del fracaso se ve hasta en las novelas de Chandler y en las de Conrad…«

El concepto de ficción (1997) «moral del fracaso».
Juan José Saer (1937, Serodino, Santa FE, 2005, París, Francia).
El optimismo
El Optimismo

El optimismo Cándido

Ha sido Cándido, el personaje de Voltaire, algo así como una huella profunda en la tierra literaria. La palabra optimismo se estrena en el universo del lenguaje en este libro del siglo XVIII que quizá también sea el mismo que populariza la noción de “cándido” como adjetivo que describe a un individuo ingenuo, predispuesto a ser engañado con facilidad, privado de malicia, aun siendo inteligente.

Hay en el optimismo cierto candor. Se nota en libros como El crimen de Lord Arthur Savile, de Oscar Wilde y Los diarios de Adán y Eva, de Mark Twain. Podría discutirse la buena o mala prensa de un texto optimista, pero parece que el pesimismo y la negatividad venden más libros. No sé si se trata de una cuestión de mercado o hay algo más profundo. Los héroes de las novelas negras, y personajes signados por la desgracia, paradójicamente, tienen hoy mejor prensa. La literatura tiende al pesimismo y, considerando para donde van las sociedades, tiene mucho sentido.

Saer creía en la inexistencia de una buena literatura relacionada con el optimismo. Su obra es pura negatividad y autocuestionamiento. Admiraba a Chandler, Faulkner, Thomas Mann, Nabokov. Los consideraba indispensables. Esto habla de cierta necesidad de fatalismo para construir relatos.

Un ejemplo es Cicatrices (1969), donde los cuatro personajes de la novela, conviven con la violencia, el suicidio y las relaciones prohibidas. En la obra de Saer, hay una gran influencia del juego de azar y de perdedores a causa de este. Incluso, el día que le toca ganar, algo pasa para que no pueda hacerse del dinero. Fatal aun ante el éxito.

Lo que me pregunto es si no es concebible la supremacía del lector de lo positivo y lo esperanzado. ¿Qué pensará el lector? En el pensamiento de Saer, el público, el gran público, no significaba nada respecto de la calidad literaria, el rol de consumidor no otorga carnet de infalibilidad.

Semblanza

Juan José Saer construye desde su propia autoformación, no proviene de un linaje literario sino de una familia de trabajadores de Santa Fe, Argentina. Su necesidad de expresión responde a mandatos misteriosos e imperceptibles que podrían definirse como indómitos.  Lo que si sabemos de él es que su concepción de literatura era innegociable, que no escribía para los premios, para los artificios del marketing y las necesidades del mercado.

De modo que la fatalidad, el pesimismo, la desgracia, no eran una pose, una estrategia ni un estilo. Era en sí mismo una convicción. ¿Puede ser que los personajes de un relato carente de optimismo sean más interesantes?

Es probable que esto suceda, aunque para Saer no era algo consciente. Si la arquitectura literaria careciera de contrasentido, quizá tendría su estatua en el olimpo de los Escritores Clásicos.

Después de todo, Saer es quien dijo: “el público es un chantaje que blanden los estafadores, los que dicen que escriben para el gran público”. Es probable que el optimismo esté ausente en su literatura, porque estaba ausente en todos los demás actos de su vida. Pero hay que reconocer que la melancolía y la fatalidad tienen un raro enganche que la alegría y el optimismo no alcanzan a proporcionar.

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